Columna del Padre Tomás



En la antigüedad se solían marcar los caminos con postes o pequeñas columnas. Eran los puntos de referencia para ir haciendo camino. A veces también se usaban las columnas para recordar hechos, personas, acontecimientos a no olvidar.

Las columnas del Padre Tomás del Valle son un poco ambas cosas. Piedras que marcan el camino que se va haciendo cada día, sin rutas, sin marcas. Y también Columnas que recuerdan hechos, personas, acontecimientos. En ambos casos no es otra cosa que un intento de trazar caminos en la aldea global.

Seguidores

viernes, 22 de noviembre de 2013

¿QUIEN MATÓ AL PRESIDENTE?

Noviembre 24, 2013
Se acaban de cumplir los 50 años del asesinato del presidente John F Kennedy. 
Aún no sabemos a ciencia cierta quién lo mató. 
Cabría repetir aquellos versos que inmortalizara Lope de Vega: “¿Quién mató al Comendador? Fuenteovejuna, Señor”.
El joven presidente le había dado una esperanza nueva al mundo y a la sociedad norteamericana. 
Las dos décadas anteriores a la asunción de su presidencia habían estado marcadas por la sangre, el sudor, las lágrimas. 
La Segunda Guerra, Corea, los comienzos de la revolución cubana, Viet Nam, los movimientos independentistas en África, la situación en Rusia, cerca de media Europa bajo el totalitarismo soviético, Alemania dividida, con Berlín amurallado y enfangado en sangre, no eran precisamente motivos para grandes esperanzas. El mundo entraba en una nueva era necesitada de un líder que fuera capaz de brindar ilusiones para seguir viviendo. 
De animar a la construcción de un mundo mejor del recibido.
Surgió uno, un descendiente de emigrantes irlandeses, héroe de guerra, ilusionado e ilusionante, que fue capaz de enfrentarse a la desolación y depresión de su pueblo. 
Brindó esperanzas y sueños para que su nación y, con ella, el mundo libre, pudiera construir una convivencia mejor. 
Retó a sus compatriotas a no esperar que el país trabajara por ellos, sino a que todos aportaran sus energías para que la libertad, la justicia, el desarrollo no fueran palabras vanas. 
Tuvo sus luces y sus sombras.
Su vida privada fue un misterio a voces. 
Sus errores de visión ante la naciente revolución cubana, la permisividad hacia los dictadores latinoamericanos, llevaron gran dolor a la comunidad latinoamericana. 
Manejó con gran destreza la amenaza nuclear más seria que ha vivido la Humanidad, la crisis de los cohetes rusos en territorio a menos de cien millas de las costas norteamericanas. 
Retó a su pueblo a llegar a la Luna. Fue el que sembró las ilusiones para que los jóvenes gritaran por las calles de Paris que, para ser consecuentes, había que pedir lo imposible.

Hace cincuenta años, no sabemos aún por qué ni quien, le volaron el cerebro de un balazo.
Se han escrito cerca de 2 mil libros sobre ese magnicio para contarnos una historia que casi nadie cree. 
Después de su asesinato el pueblo norteamericano se enfangó en Viet Nam hasta perder 115 mil jóvenes en dicha guerra, de los cuales 58 mil se suicidaron. 
Su propio hermano cayó víctima de balas asesinas pocos años después, lo mismo que el reverendo Martin Luther King. 
Fueron soñadores para un pueblo que, quizás, prefirió seguir la rutina de siempre. 
Sigo creyendo que, en su muerte, todos tuvimos parte. 
Fuimos Fuenteovejuna, todos a una. 
Era muy audaz la invitación a salir de la tristeza, del egoísmo, del racismo, de lo que siempre se había hecho y era lo correcto.

Se dice que la muerte de Kennedy cambió la historia norteamericana. No lo sé. 
Hasta incluso puede que sea posible. 
Lo que sí ha hecho ha sido llevar a preguntarnos, cincuenta años después, si, ante los retos que nos enfrentamos actualmente, hay líderes capaces de ilusionarnos. 
Los viejos fantasmas de la guerra, el hambre, la discriminación, la injusticia, tienen nuevos nombres y rostros: fanatismos religiosos, emigrantes explotados, medio ambiente contaminado, explotación y discriminación de los más débiles. 
Creo que ese líder debe existir. Pero ¿dónde está y dónde lo buscamos?

viernes, 8 de noviembre de 2013

LOS CRISTALES ROTOS SIGUEN SIN RECOGERSE

Noviembre 10, 2013 (Pictures by Father Tomas Del Valle-Reyes)
Al anochecer del 9 de noviembre de 1938estalló una ola de violencia contra los judíos en los territorios del III Reich. 
Parecía espontáneo. ¿La razón? El asesinato, a manos de un adolescente judío, de un funcionario consular alemán en París.
La realidad fue otra. El ministro alemán de propaganda Joseph Goebbels y otros nazis lo habían organizado cuidadosamente.
En dos días, más de 250 sinagogas fueron destruidas y quemadas, más de 7.000 comercios propiedad de judíos fueron destrozados y saqueados.
Se contaron por docenas los judíos asesinados.
Los cementerios, hospitales, escuelas y hogares semitas fueron saqueados mientras la policía y las brigadas de bomberos se mantenían al margen.
Los actos vandálicos se conocieron como Kristallnacht, la "Noche de los cristales rotos", por los cristales destrozados de los escaparates de las tiendas que salpicaron las calles de toda Alemania.
La mañana posterior a los hechos, 30.000 judíos alemanes fueron arrestados por el "delito" de ser judíos y fueron enviados a campos de concentración, donde miles fallecieron. Muchas mujeres judías corrieron la misma suerte, acabando en cárceles y campos de exterminio.
Se prohibió que los negocios propiedad de judíos reabrieran, a menos que fueran administrados por no judíos. A los judíos se les impusieron toques de queda, que limitaban las horas del día en que podían salir de sus casas.
Después de la "Noche de los cristales rotos", la vida fue todavía más difícil para los niños y adolescentes judíos alemanes y austríacos.
Los menores, que ya tenían prohibido entrar a museos, parques públicos y piscinas, fueron expulsados de las escuelas públicas. Los jóvenes judíos, al igual que sus padres, fueron totalmente segregados.
En la desesperación, muchos se suicidaron. La mayoría de las familias trataba angustiosamente de huir.
Fue el comienzo del holocausto de un pueblo que acabó con seis millones de personas por el mero hecho de ser judíos.
El llamado mundo libre ignoró la quema, la destrucción, los gritos y llantos, no hizo caso de cristales rotos.

En estos días estamos celebrando el 75 aniversario de tal desgracia.
Y tal pareciera que es historia pasada.
Sin embargo, vasta darse una vuelta por la vieja Europa y se observa y respira la misma atmósfera.
Entonces los despreciados fueron judíos. Hoy son africanos subsaharianos que llegan en balsas. O gitanos. O los hijos de argelinos que tuvieron que huir a Francia con la independencia pero nunca fueron aceptados como ciudadanos franceses. Griegos arruinados, españoles desempleados con familias enteras viviendo de la caridad pública, rumanos despreciados, turcos explotados, paquistaníes rechazados, albanokosovares usados como esclavos laborales. Por las calles de Roma se ven en las noches gente dormir entre cajas de cartón y mantas apestosas. Las mujeres se arrastran por las calles romanas pidiendo limosna para sobrevivir. 
Paris expulsa a los gitanos. Londres paga el boleto de regreso a los rumanos a su país.
La vieja Europa no ha curado las heridas que la llevaron a la masacre y el holocausto más grande de la historia.

Los alemanes hace 75 años llenaron sus calles de cristales rotos. Eran loa espejos a través de los cuales se observaba el trabajo, la vida familiar y religiosa de una comunidad. Todo quedó destrozado. Y, por lo que vemos, aún no se han recogido todos los cristales. El odio, el racismo, el desprecio, la xenofobia de hace 75 años siguen vivos.