Columna del Padre Tomás



En la antigüedad se solían marcar los caminos con postes o pequeñas columnas. Eran los puntos de referencia para ir haciendo camino. A veces también se usaban las columnas para recordar hechos, personas, acontecimientos a no olvidar.

Las columnas del Padre Tomás del Valle son un poco ambas cosas. Piedras que marcan el camino que se va haciendo cada día, sin rutas, sin marcas. Y también Columnas que recuerdan hechos, personas, acontecimientos. En ambos casos no es otra cosa que un intento de trazar caminos en la aldea global.

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lunes, 18 de mayo de 2020

NADA HUMANO LE ES AJENO

P Tomás del Valle
Mayo 17, 2020
Concluía la primera mitad del siglo I de nuestra era cuando en la ciudad de Jerusalén
se llevaron a cabo una serie de incidentes de tipo político-religioso. Un grupúsculo de galileos había soliviantado la ciudad debido al arresto y posterior asesinato de su líder.
Calmados empezaron a reunirse y a formar pequeños grupos sociales a los cuales denominaban comunidades. 
Componían estas comunidades gentes llegadas de todos los rincones del Imperio Romano
Esta gente es obvio que levantara quejas, celos, envidias…Las primeras disensiones llegaron no por la parte doctrinal, sino por la poca calidad del servicio a los necesitados: viudas, huérfanos, ancianos, enfermos… El rezo no era la prioridad. 
El cuidado de los necesitados sí.
Pasaron casi tres siglos tratando de extender el modelo de vida y el conocimiento de la doctrina de su líder fundador: amar al prójimo, a Dios, a uno mismo. 
Al insertarse en el Imperio no se olvidaron quienes debían ser los primeros en la comunidad: los que formaban los estratos más bajos de la sociedad.
Su presencia en la vida romana provocó una pandemia: las persecuciones a muerte contra todos los que formaban parte de las comunidades de una religión surgida en la Provincia Romana de Judea. 
Todo duró hasta el año 313. 
Constantino decretó el fin de la pandemia contra los que formaban parte de las comunidades. 
Eran tantos y tan oculta su presencia que, según una carta dirigida a un tal Diogneto, se afirmaba que los creyentes eran al mundo lo que el alma al cuerpo.
El decreto de Constantino marcó un final y un principio.
Se acabaron las persecuciones y llegaron los momentos de paz. Pero también de olvido
Las comunidades se empezaron a preocupar por edificios, estructuras, doctrinas y luchas internas y se olvidaron de lo fundamental: la ayuda al huérfano, al pobre y a la viuda. 
Se convirtieron a la caída del Imperio en otro Imperio que manejaba la cruz y la espada en vez del plato y la cuchara.
Pasaron los siglos al igual que las pandemias. 
A mediados del siglo XVIII hubo una gran revolución, la francesa, que predicaba unos ideales que no eran desconocidos a los que buscaran los fundadores de la comunidad de Jerusalén: Igualdad, Libertad y Fraternidad.
Casi dos siglos demoraron los de las comunidades en aceptar y responder a los ideales de la Revolución. 
La respuesta fue sencilla, revolucionaria y retadora: 
“Las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez alegrías y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”
Han pasado algo más de cincuenta años de este intento de diálogo.
Muchos males – y muchos bienes- han transformado la Aldea Global en la que nos movemos, somos y existimos. 
Y ante una pandemia como la que estamos viviendo, ha renacido el mismo espíritu que movió a un grupo de emigrantes greco judíos a reclamar ayuda para sus huérfanos, pobres y viudas.
La pandemia del siglo XXI ha movilizado a profesionales de la salud, a encargados de la seguridad ciudadana, a maestros, a simples ciudadanos dispuestos a dar una mano donde apoyarse, un hombro donde llorar, un plato de comida caliente… o sea lo mismo que hicieron los emigrantes judeo griegos en el Jerusalén del primer siglo
Nos han demostrado que existe una Iglesia distinta, la que da la mano y acoge al huérfano, al pobre y a la viuda porque “…nada humano le es ajeno”
 
Descubriendo el Siglo 21
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