Pictures by: Father Tomás del Valle A Cuba se puede venir por muchas razones: visitar la familia, reconectarse con la historia y el tiempo pasado, comprar, solearse en las playas, ver los éxitos y los fracasos de una revolución que ya lleva algo más de medio siglo marcando la vida de los habitantes de la Isla. Pero lo que no se puede hacer es venir a Cuba y no visitar La Habana Vieja.
Entre sus adoquines, sus viejos muros, sus mujeres vendiendo maní, sus cantantes callejeros, sus mojitos en La Bodeguita de en Medio, la que hiciera famosa Hemingway, sus tiendas del estado donde se vende lo que no hay en los estantes vacíos con libretas de racionamiento por empleados aburridos y cansados, los mercados recién abiertos donde se descuartiza un cerdo encima de una mesa llena de mugre y alegría de los improvisados carniceros.Todo es vida en la vieja ciudad La Habana Vieja es una ciudad eterna que conserva su esencia y su alegría. Vi alegría por la visita del Papa. Vi indiferencia por tanto turista que la recorre, patea y pregunta muchas veces sin sentido. Noté malicia en los ojos de sus mujeres mulatas hacia el blanquito rubio y despistado. Sentí el amor a sus callejuelas con nombres de mujer. No estaba ausente la tristeza en los ojos de muchos con los que conversé. Sus casas se están desmoronando poco a poco, pero son sus casas y no las abandonarán por nada del mundo. Sus balcones estaban llenos de sábanas, camisas, toallas. No para recibir al Papa, un viejo que arrastra los pies, mira a los ojos con intensidad y susurra palabras de alegría y esperanza. Dentro unos días se irá de la Isla. Quedará su recuerdo, algunas calles asfaltadas, fachadas repintadas, murmullos de aceptación e indiferencia. El Papa se irá. La Habana Vieja seguirá viva. Su dulce mojito. Sus maniseros. Sus casas desconchadas y despintadas. Pero sobre todo, seguirán sus habitantes. Los habaneros viejos que, cigarro entre labios, esperan otro día. Otro Papa. Otro más que venga a entusiasmarles, si es que puede “No, nos moverán”
Columna del Padre Tomás
En la antigüedad se solían marcar los caminos con postes o pequeñas columnas. Eran los puntos de referencia para ir haciendo camino. A veces también se usaban las columnas para recordar hechos, personas, acontecimientos a no olvidar.
Las columnas del Padre Tomás del Valle son un poco ambas cosas. Piedras que marcan el camino que se va haciendo cada día, sin rutas, sin marcas. Y también Columnas que recuerdan hechos, personas, acontecimientos. En ambos casos no es otra cosa que un intento de trazar caminos en la aldea global.
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