Desde la noche de los tiempos, como solían contar nuestros abuelos, China ha sido un misterio y un enigma para el hombre occidental. Desde ese lenguaje enrevesado e ininteligible, hecho de garabatos y extraños fonemas, hasta su misma forma de ser, vivir y existir.
He vuelto a recorrer China y lo estoy haciendo después de los Juegos Olímpicos. Me interesaba más el conocer la China del día después. La de la resaca. Es más real. Y me estoy encontrando con dos Chinas. La triunfal, que se siente orgullosa de sus Juegos, los de Un Mundo, un Sueño. Para ello se construyeron un aeropuerto nuevo, que es la envidia de muchas administraciones occidentales. Ahora está vacío. Conectaron con tren algunas de las ciudades donde se llevaron a cabo varios eventos. La estación y los trenes, de última tecnología. Semivacías las estaciones, demasiado caros los flamantes trenes ultrarrápidos. Se construyeron nuevas estructuras en las ciudades que albergaron eventos olímpicos. Ahora todo ello, desde el Nido del Pájaro a muchos gimnasios, piscinas y estadios, vacíos. Gorras, recuerdos regalados, posters por todas partes de algo que pasó. China tuvo sus cinco minutos de fama. Un Mundo, un Sueño fue su lema
Pero también me he vuelto a encontrar con la otra China. La profunda. Aquella que no vive en Beijing. Que anda en bicicleta. Que se ríe con una sonrisa sincera y alegre de los occidentales con sus narices largas y su espesa barba. Que sigue cultivando los valores familiares. Que sueña con un futuro mejor. Que no abandona las enseñanzas de Confucio y Buda. Esa otra China para la cual el anciano ocupa un lugar importante en la familia. La China para la cual la naturaleza es algo vivo que hay que respetar, que es capaz de cuidar, mantener y mimar árboles con más de mil años. Una comunidad para la cual los niños son su principal tesoro. Una comunidad que comparte los ratos de ocio y asueto entre todos los amigos del barrio. En Beijing existe un parque, el que circunda el Templo del Cielo, donde el jubilado, el desempleado, el forastero va a compartir. Ciertos pasillos son un galimatías. Unos tocando la flauta. Los de más allá hilvanando lana junto a los jugadores de dómino.
La otra China ya no tiene miedo de hablar de Mao y su fracaso. Con desdén se refiere a los Guardias Rojos y a la Revolución Cultural. Empieza a reconocer que la Plaza de Tiananmen fue escenario de un encuentro entre estudiantes y tanques, saldado con sangre, represión y lágrimas.
La otra China sigue sonriendo a las personas cuando hablas con ella, llena de respeto y educación. Sigue respetando y sintiéndose orgullosa de sus raíces, su historia, su cultura. Sonríe. Ama. Vive.
La otra China llena los templos de cualquier religión. Han desenterrado su espíritu religioso y no tienen reparo en manifestarlo. Según datos de expertos, China es el país donde más está creciendo el cristianismo, llegándose a contabilizar un promedio de trescientos millones de cristianos de todas las denominaciones.
De China compramos mercancías de todo tipo a precio de saldo. Sería tiempo que compráramos su estilo de vida, respeto y esperanza. El dragón dormido está despertando y trayéndonos sorpresas.
Beijing, 2008
He vuelto a recorrer China y lo estoy haciendo después de los Juegos Olímpicos. Me interesaba más el conocer la China del día después. La de la resaca. Es más real. Y me estoy encontrando con dos Chinas. La triunfal, que se siente orgullosa de sus Juegos, los de Un Mundo, un Sueño. Para ello se construyeron un aeropuerto nuevo, que es la envidia de muchas administraciones occidentales. Ahora está vacío. Conectaron con tren algunas de las ciudades donde se llevaron a cabo varios eventos. La estación y los trenes, de última tecnología. Semivacías las estaciones, demasiado caros los flamantes trenes ultrarrápidos. Se construyeron nuevas estructuras en las ciudades que albergaron eventos olímpicos. Ahora todo ello, desde el Nido del Pájaro a muchos gimnasios, piscinas y estadios, vacíos. Gorras, recuerdos regalados, posters por todas partes de algo que pasó. China tuvo sus cinco minutos de fama. Un Mundo, un Sueño fue su lema
Pero también me he vuelto a encontrar con la otra China. La profunda. Aquella que no vive en Beijing. Que anda en bicicleta. Que se ríe con una sonrisa sincera y alegre de los occidentales con sus narices largas y su espesa barba. Que sigue cultivando los valores familiares. Que sueña con un futuro mejor. Que no abandona las enseñanzas de Confucio y Buda. Esa otra China para la cual el anciano ocupa un lugar importante en la familia. La China para la cual la naturaleza es algo vivo que hay que respetar, que es capaz de cuidar, mantener y mimar árboles con más de mil años. Una comunidad para la cual los niños son su principal tesoro. Una comunidad que comparte los ratos de ocio y asueto entre todos los amigos del barrio. En Beijing existe un parque, el que circunda el Templo del Cielo, donde el jubilado, el desempleado, el forastero va a compartir. Ciertos pasillos son un galimatías. Unos tocando la flauta. Los de más allá hilvanando lana junto a los jugadores de dómino.
La otra China ya no tiene miedo de hablar de Mao y su fracaso. Con desdén se refiere a los Guardias Rojos y a la Revolución Cultural. Empieza a reconocer que la Plaza de Tiananmen fue escenario de un encuentro entre estudiantes y tanques, saldado con sangre, represión y lágrimas.
La otra China sigue sonriendo a las personas cuando hablas con ella, llena de respeto y educación. Sigue respetando y sintiéndose orgullosa de sus raíces, su historia, su cultura. Sonríe. Ama. Vive.
La otra China llena los templos de cualquier religión. Han desenterrado su espíritu religioso y no tienen reparo en manifestarlo. Según datos de expertos, China es el país donde más está creciendo el cristianismo, llegándose a contabilizar un promedio de trescientos millones de cristianos de todas las denominaciones.
De China compramos mercancías de todo tipo a precio de saldo. Sería tiempo que compráramos su estilo de vida, respeto y esperanza. El dragón dormido está despertando y trayéndonos sorpresas.
Beijing, 2008
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