Uno no sabe si el género humano es cínico, cruel o ignorante. O las tres cosas. Me refiero a esto cuando observo cómo se han etiquetado a lo largo de la historia las enfermedades. Y si eso era comprensible en el pasado, sumido en grandes ignorancias en torno al mundo y la existencia de virus, bacterias y demás fauna, no es aceptable en la sociedad actual.
Desde tiempos inmemoriales se le puso la etiqueta a la lepra como una enfermedad que manifestaba externamente el pecado del enfermo. Se había trasgredido las reglas de comportamiento de determinada religión y esa divinidad castigaba. La podredumbre de la piel era símbolo de la podredumbre del alma. No fue hasta el siglo XIX que se vino a descubrir los orígenes de esta enfermedad y la simpleza de su curación. Nada de pecados o maldiciones divinas.
Pero esa costumbre de etiquetar a enfermos y enfermedades sigue siendo actual. Por ejemplo, cuando conocemos que una persona padece de cirrosis hepática lo primero que pensamos es lo borrachón que ha sido tal persona. Y enseguida afirmamos con contundencia: ése, un borrachón empedernido que hasta el agua de los floreros se bebía. Todo lo que se ha bebido o metido en el cuerpo no ha sido otra cosa que un golpe al hígado No podía acabar de otra manera que con un hígado destrozado. Quizás se contagió con una transfusión de sangre, o con la comida de un marisco contaminado, o debido a medicinas mal recetadas. No, es un borrachón y punto.
Son los pulmones los ventiladores del cuerpo humano, y de vez en cuando conocemos enfermos de enfisema o de cáncer pulmonar. Lo mismo de siempre: fumador empedernido que desde la mañana a la noche se pasaba echando humo como chimenea de locomotora. Le está bien empleado por no hacer caso. Tanto fumeteo no podía terminar de otra manera. Y quizás ese pobre ser humano nunca encendió un cigarrillo en su vida. El humo de segunda mano, la contaminación ambiental y los asbestos que abundan en nuestros hogares y lugares de trabajo hicieron su efecto. Pero es más fácil etiquetar como vicioso.
Donde se rompieron los moldes, o en argot beisbolero, donde se botó la bola es cuando tenemos un enfermo de Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, o más conocido por sus siglas: SIDA, AIDS. Cuando sabemos que una persona a nuestro alrededor padece de esta enfermedad, las etiquetas que le ponemos no tienen fin. Empezamos pensando que esa persona es un degenerado sexual, un heroinómano, homosexual descontrolado y vicioso, un afroamericano o un hispano dropeado de la escuela e inquilino de los residenciales públicos que se pasa el día y parte de la noche "gangueando" sin control alguno y que se mete hasta la madre de los tomates. Es en esta enfermedad donde demostramos nuestra ignorancia, desprecio hacia el ser humano y nuestros prejuicios más bajos. Olvidamos que son seres humanos dignos del mayor respeto, como todos los enfermos, al igual que familias que sufren y viven con ellos. Nunca juzgamos a quien tiene una gripe, fatiga, artritis o un cáncer de seno. A los otros, sí. ¿Seremos ignorantes, cínicos, crueles? Al enfermo nunca se debe juzgar, sino acompañar en su dolor
Tertuliasiglo21@aol.com
Columna del Padre Tomás
En la antigüedad se solían marcar los caminos con postes o pequeñas columnas. Eran los puntos de referencia para ir haciendo camino. A veces también se usaban las columnas para recordar hechos, personas, acontecimientos a no olvidar.
Las columnas del Padre Tomás del Valle son un poco ambas cosas. Piedras que marcan el camino que se va haciendo cada día, sin rutas, sin marcas. Y también Columnas que recuerdan hechos, personas, acontecimientos. En ambos casos no es otra cosa que un intento de trazar caminos en la aldea global.
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jueves, 23 de abril de 2009
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