(foto: Nov. 12, 2009 Muro de los Lamentos, Israel)
Es difícil para el estilo de vida que llevamos en las modernas ciudades, el sacar tiempo para mirar hacia atrás. Pensamos que no hay nada más viejo que el periódico de ayer. Las personas y las cosas son útiles sólo hoy. La vida la hemos convertido en un correr, en un no mirar atrás.
Me encuentro una vez más recorriendo unos lugares donde la vida tiene un ritmo distinto. Un sentir distinto. Un sabor distinto. Donde se guarda el recuerdo del pasado para, desde el presente, proyectar el futuro.
Es difícil para el estilo de vida que llevamos en las modernas ciudades, el sacar tiempo para mirar hacia atrás. Pensamos que no hay nada más viejo que el periódico de ayer. Las personas y las cosas son útiles sólo hoy. La vida la hemos convertido en un correr, en un no mirar atrás.
Me encuentro una vez más recorriendo unos lugares donde la vida tiene un ritmo distinto. Un sentir distinto. Un sabor distinto. Donde se guarda el recuerdo del pasado para, desde el presente, proyectar el futuro.
Estoy escribiendo desde las orillas del lago de Tiberiades, en medio de Israel, o si se prefiere, en medio de la antigua provincia romana de la Galilea.
En esta tierra que vemos y distinguimos como peligrosa, incierta, sin futuro o con un futuro preñado de sangre sudor y lágrimas, la vida y sus ritmos son distintos. Violencia, intolerancia, fanatismos son los primeros pensamientos que tenemos ante las noticias que recibimos. Nada más falso. La violencia de la ciudad de New York por citar un ejemplo, es superior al promedio de todo el territorio ocupado por el Estado de Israel y el futuro Estado Palestino. La intolerancia a la que asistimos en la vida e instituciones americanas supera con creces a la existente en esta zona del mundo. Fanáticos los tenemos en ambas partes, siendo difícil el saber dónde, cómo y porqué de este fenómeno degradante, símbolo de la impotencia, la intolerancia y la capacidad de vivir respetando la realidad del otro ser humano.
La vida en esta parte del mundo está llena de ilusión. De amargas ilusiones pero ilusiones y esperanzas. Es cierto que intereses políticos y religiosos externos empapan de sangre muchas manos y vidas. Es cierto también que la corrupción de los políticos israelíes está llenando las cárceles y colapsando el sistema jurídico del país.
En esta tierra que vemos y distinguimos como peligrosa, incierta, sin futuro o con un futuro preñado de sangre sudor y lágrimas, la vida y sus ritmos son distintos. Violencia, intolerancia, fanatismos son los primeros pensamientos que tenemos ante las noticias que recibimos. Nada más falso. La violencia de la ciudad de New York por citar un ejemplo, es superior al promedio de todo el territorio ocupado por el Estado de Israel y el futuro Estado Palestino. La intolerancia a la que asistimos en la vida e instituciones americanas supera con creces a la existente en esta zona del mundo. Fanáticos los tenemos en ambas partes, siendo difícil el saber dónde, cómo y porqué de este fenómeno degradante, símbolo de la impotencia, la intolerancia y la capacidad de vivir respetando la realidad del otro ser humano.
La vida en esta parte del mundo está llena de ilusión. De amargas ilusiones pero ilusiones y esperanzas. Es cierto que intereses políticos y religiosos externos empapan de sangre muchas manos y vidas. Es cierto también que la corrupción de los políticos israelíes está llenando las cárceles y colapsando el sistema jurídico del país.
Es cierto que la crisis económica ha mordido la vida de millones de personas. Todo eso es cierto. Pero también es cierto que la vida aquí tanto en los territorios palestinos como en los israelitas tiene un sentido, un deseo de superación, de búsqueda de paz que no la vemos ni sentimos ni en los países europeos, cansados y viejos, ni en los Estados Unidos. Aquí las cosas y la vida se viven y sienten de otra manera. Hay una ilusión por la paz y la vida que no encontramos en otras latitudes. No se vive ni mejor ni peor. Se vive distinto, pero se vive. Cada día que amanece se nota que es una apuesta por la vida, aunque amanezca con nubarrones sombríos, pero amanece. Después de recorrer durante muchos años estas tierras y de convivir y conversar con unos y otros, con palestinos e israelíes, se llegan a varias conclusiones.
Primera de todas que ambos pueblos desean la paz y la tranquilidad.
Segundo que los israelíes necesitan a los palestinos y los palestinos a los israelíes.
Tercero que preferirían ambos pueblos vivir sin recibir las influencias y los dictados de gente extraña y externa.
Esta es su tierra y ellos la quieren controlar.
Cuarta, si se pudieran sentar en una mesa sólo palestinos y sólo israelíes, la paz pasaría de una posibilidad a una realidad permanente. Ambos pueblos están condenados a entenderse.
Tertuliasiglo21@aol.com
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