Es un tanto difícil poner una fecha cuándo la comunidad humana empezó a utilizar el juego como parte de su vida cotidiana. Eran una especie de ritos religiosos con implicaciones políticas y sociales. Los romanos fueron los más astutos en el uso de los juegos. Cuando observaban que las cosas se complicaban políticamente y no deseaban que el pueblo se levantara ante la corrupción y la ineficiencia gubernamental, inventaron el concepto de Pan y Circo. Llenar las barrigas y satisfacer los instintos más bajos de violencia y sexo en el Circo. Basta recordar los gladiadores romanos. La Edad Media nos trajo los Torneos de Caballeros que, armados de largas lanzas, envueltos en trajes de lata y a lomo de veloces caballos, se caían a bofetadas para honra y prestigio de no se sabía qué.
Se desconoce de quién fue la idea de entretener a la gente dándole patadas a un objeto redondo que daba vueltas. Fue en pleno apogeo del Imperio Inglés cuando alguien inventó aquello de utilizar las patas para empujar pelotas, y se acuñó el concepto del foot ball, la bola de los pies, el fútbol. Así nació una especie de religión, un becerro sagrado al cual hemos construido templos que acogen cientos de miles de personas puntualmente cada domingo. Todas las semanas en la mayoría de los países donde se practica este rito-entretenimiento-negocio-deporte se para la vida para asistir o enterarse qué han hecho o conseguido 22 hombres en calzoncillos vestidos con una camiseta y corriendo como locos detrás de una bola de cuero llena de aire en una verde pradera a la cual salen como locos haciéndose la cruz y elevando los ojos al cielo como en éxtasis cuando en la vida normal no pisan un templo. Los controla otro individuo con un silbato en la boca y acompañado por otros dos con sendas banderitas. No se necesita ser muy inteligente para saber que este invento mueve mucho dinero. Y alguien hace años tuvo la feliz idea de convocar cada cuatro años a los representantes nacionales de esa nueva religión.
Según los organizadores, por cada asistente que va al estadio de fútbol en un encuentro de los campeonatos del mundo, hay detrás mil personas viéndolo por televisión. Se calcula que en el Campeonato Mundial de Alemania 2006 los 64 partidos que se celebraron tuvieron una asistencia presente y televisiva de 26 mil millones de espectadores, más de 400 millones por juego.
El mundial de este año ha concluido. Una gran oportunidad para anunciar cervezas americanas, automóviles japoneses, teléfonos de Singapur, camisetas de Sri Lanka y Bangladesh, comidas rápidas saturadas de colesterol y grasas, andar en pelotas por las calles de Buenos Aires, vuvucelas sudafricanas hechas en China. Mientras nos entretenemos en ello nos olvidamos de Haití que sigue sufriendo, que en Arizona andan a la caza y captura de indocumentados, que nuestros muchachos siguen cayendo en Iraq y Afganistán, que nuestras playas están embadurnadas de petróleo, que hay demasiados sin trabajo y no tienen subsidios de ninguna clase. Nos preocupan más 25 hombres en calzoncillos detrás de una bola que ya ni siquiera es de cuero.
Si no existiera el Mundial de Futbol habría que inventar algo que nos una y haga sentirnos solidarios y alegres olvidándonos por unas horas de las tristezas de la vida.
Tertuliasiglo21@aol.com
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