(All Pictures by Rev. Fr. Tomas del Valle-Reyes)
Hace varios años que tengo
el privilegio de conocer al Cardenal Jaime Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana.
He compartido con él en diversas ocasiones y circunstancias. He tenido el privilegio de fotografiarle muchas veces.
Y cuando ves a una persona a través de un lente fotográfico esa persona se ve distinta. Congelas la sonrisa o la pena. El gesto duro o relajado de un rostro. Los ojos soñadores o tristes.
Y con el Cardenal Ortega siempre he visto la serenidad en su rostro, la tristeza, muchas veces, en sus ojos. La sonrisa siempre en su boca. El fuerte apretón de manos al encuentro y a la despedida. La sensación de estar presente ante uno de los testigos de la Historia con mayúscula.
Recientemente fue invitado a participar en el Forum “Church and Community: The Role of the Catholic Church in Cuba", auspiciado por David Rockefeller Center of Latin American Studies of Harvard University. En dicha ocasión presentó en una corta pero sustancial conferencia, de no más de 3,270 palabras una síntesis de la vida y presencia de la Iglesia en Cuba los últimos 52 años.
El público presente era selecto. Son pocas las ocasiones que se tiene la oportunidad de escuchar a un prelado católico en la sede quizás más importante de la intelectualidad y el pensamiento de este país. Ciertamente algunos de los que le escucharon no entendieron lo que decía, y no es porque hablara en inglés, sino porque sus cerebros estaban programados para escuchar no lo que se decía, sino lo que querían manipular de lo que se iba a decir o se dijo.
La conferencia fue una pieza sencilla pero magistral. Reflejó las alegrías y las esperanzas, las penas y las tristezas de un cubano amante y constructor de su patria, de su historia, de su pueblo. La fe de un creyente sencillo pero profundamente confiado en tres cosas, la Providencia, la presencia de Dios en sus hermanos, sin importar de qué lado del estrecho de La Florida se encuentre, el deseo sincero de reconciliación de hermanos.
La mera presencia de un soñador y luchador como el Cardenal Ortega en Harvard ha preocupado a ciertos sectores políticos, sociales y económicos. Han visto en él a un líder luchador, sencillo pero fuerte.
Puño de hierro en guante de seda. Saben que el régimen político vigente en estos momentos en la Isla ha entrado en un proceso de grandes cambios. Es cuestión de pocos años. Hay la experiencia de Rusia, China, Rumanía, Corea del Norte… Centro América….
Y muchos piensan que sólo estando dentro de la Isla se puede ejercer una influencia muy fuerte para que esos cambios no sean dramáticos. No va a valer que, cambiadas las estructuras, se venga de fuera a imponer nada. Es desde dentro desde donde se deben hacer los cambios pacíficos y robustos. Y el Cardenal Ortega ha demostrado ser un caminante de largo recorrido, un líder sencillo pero eficaz, un hombre capaz. Y un hombre de Iglesia, a la cual ama y con la cual sufre. En una de las oportunidades que he tenido de conversar con el Cardenal afirmaba que su ejemplo y mentor lo era el Cardenal de los cristianos egipcios.
Dicho Prelado, quien vivía y luchaba en minoría, afirmaba que contra los poderes totalitarios no se puede ir de frente demandando nada. Es cuestión de ir obteniendo, poco a poco, lo que se desea luchando y venciendo en frentes periféricos. Es la política que siguió el legendario Cardenal Casaroli, Secretario de Estado del Vaticano en los primeros años de Juan Pablo II. La diplomacia de los pequeños pasos del llamado Pequeño Mandarín del Vaticano. Y eso es lo que ha hecho el Cardenal Ortega en Cuba, los pequeños pasos.
Gracias a eso ha logrado que se permita la entrada a un número cada vez mayor de sacerdotes y agentes pastorales en Cuba. Gracias a eso se pudo terminar la construcción del Seminario Mayor en La Habana, el primer edificio de educación católica construido en 52 años. Gracias a eso se han podido abrir Escuelas Universitarias no dependientes del Gobierno sino de la Iglesia, donde se preparan los futuros economistas, abogados, profesionales que necesitará la sociedad cubana. Gracias a eso han vuelto a ser fiestas la navidad, el viernes santo y lo que venga. Gracias a esos pequeños pasos se logró una Misión Nacional Mariana que llevó la imagen de la Caridad del Cobre por todos los pueblos de la Isla. Gracias a eso muchos presos políticos y sus familiares salieron de Cuba hacia España o los Estados Unidos.
Gracias a eso se pudo crear Caridades Católicas, organismo que ayuda a los necesitados sin distinción alguna. Gracias a eso el hombre de ojos tristes y sonrisa amplia ha logrado que, en dos ocasiones, el Papa haya visitado la Isla en misión evangelizadora, a apoyar y consolidar la fe de los hermanos. “Sencillos como palomas, astutos como serpientes” nos recuerda el evangelio.
Cuando era pequeño y teníamos los muchachos peleas callejeras, el vencido tenía siempre el recurso al pataleo y al insulto. Eso es lo que está pasando en estos momentos. Aquellos que nunca han hecho nada en 52 años por el pueblo cubano que vive en la Isla, que organizan campañas de no se sabe qué, se han dedicado a insultar al Cardenal de La Habana de forma absurda, ilógica y anticristiana. Es un peligro para sus planes futuros que no sabemos cuales son.
Y se ha insultado, mentido y ofendido desde emisoras financiadas con el dinero de nuestros impuestos, el mismo que no hay para dar de comer a cerca de 50 millones de norteamericanos que viven por debajo del nivel de pobreza. Algunos de los que patalean estaban presentes en la Conferencia de Harvard. Escucharon lo que les convino y lo otro lo manipularon. Como diría un gran cubano, querido y recordado por todos, Tres Patines: “Qué coooosa más grande, chico”…..
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