Noviembre 9, 2014
Hace 76 años la sociedad alemana se vio conmovida por el ruido de los cristales rotos de miles de sinagogas, comercios y casas propiedad de judíos.
Tal pareciera que de una demostración popular se tratara.
Un oscuro agente del gobierno alemán destinado en París fue asesinado.
La culpa, basada en dudosas pruebas, fue atribuida a un joven, casi adolescente, judío.
El sentimiento anti semita corrió como pólvora encendida.
Sin embargo, pronto se supo que todo fue una magnífica campaña de publicidad orquestada por el jefe de propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels.
En dos días, más de 250 sinagogas fueron quemadas, más de 7.000 comercios de judíos fueron destrozados y saqueados, docenas de judíos fueron asesinados, y cementerios, hospitales, escuelas y hogares judíos fueron saqueados mientras la policía y las brigadas de bomberos se mantenían al margen.
Aquella noche fue el principio de una tragedia y un holocausto.
El 9 de noviembre de 1938 para algunos historiadores fue el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Varias decenas de millones muertos, un continente asolado, un mundo destruido y dividido.
Europa sintió el frío de la muerte en todas sus estructuras, pueblos y gentes.
Seis millones de judíos junto con varios millones más de disidentes políticos, gitanos, comunistas y homosexuales pagaron con sus vidas los sueños de grandeza de un psicópata que supo engañar a un pueblo.
El triunfo trágico y mágico de la publicidad.
Los vencedores se repartieron Europa.
Por un lado la revolución bolchevique comenzada en 1917 veía extenderse su poder sembrando sangre sudor y lágrimas.
Por el otro las llamadas democracias libres prefirieron aprovecharse de los despojos del Imperio Alemán. Ambos grupos se dieron la espalda.
Crearon un Telón de Acero que les brindaba la oportunidad de ignorarse mutuamente escondiendo miserias y pobrezas.
Pero la libertad no se puede encerrar entre cuatro paredes, entre las fronteras de países creados en una mesa de reuniones.
Y pronto empezaron los alemanes vencidos pero no hundidos, a buscar espacios de libertad.
Hubo que poner un muro de varios kilómetros de largo.
Fue como poner puertas al campo.
Poco a poco empezó a desmoronarse.
Hasta que cayó por el peso de la libertad y de un mundo caduco, ese mismo mundo que años antes gritara por las calles de Paris, “seamos consecuentes, pidamos lo imposible”
En este caso ese imposible se llamaba libertad.
Este mes se cumplen los 76 años de la Noche de los Cristales Rotos, y el mismo día, 9 de noviembre, los 25 años de la caída del Muro de Berlín. 51 años de sangre, sudor, lágrimas y muerte. Pero también podemos afirmar que con la caída del muro empezó una nueva era, la de la globalización, la de hacer el mundo una aldea, no un Imperio.
Todo fue un noviembre, el mes que nos recuerda la muerte.
Pero también la resurrección.
No olvidemos, somos seres para morir, pero también para resucitar.
La Noche de los Cristales Rotos y la caída del Muro de Berlín son muestra de ello.
Columna del Padre Tomás
En la antigüedad se solían marcar los caminos con postes o pequeñas columnas. Eran los puntos de referencia para ir haciendo camino. A veces también se usaban las columnas para recordar hechos, personas, acontecimientos a no olvidar.
Las columnas del Padre Tomás del Valle son un poco ambas cosas. Piedras que marcan el camino que se va haciendo cada día, sin rutas, sin marcas. Y también Columnas que recuerdan hechos, personas, acontecimientos. En ambos casos no es otra cosa que un intento de trazar caminos en la aldea global.
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sábado, 8 de noviembre de 2014
NUEVE DE NOVIEMBRE
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