Noviembre 3, 2010
Una de las cosas más fascinantes que existen cuando se vive o se visita la ciudad de Roma es conocer la gran cantidad de leyendas, dichos, personajes, presentes en su historia y en sus calles. A veces da la sensación que en cualquier esquina o plazoleta nos vamos a encontrar una patrulla de soldados saliendo de las tabernas, o unos peregrinos harapientos y malolientes.
O una pareja de enamorados abrazados en un oscuro rincón. Leyendas. Personajes. Historias. Recuerdo de una que me contaron cuyo protagonista era un español residente en Roma. Se llamaba Lorenzo, un poderoso personaje dentro de la emergente comunidad cristiana en la Capital del Mundo. En una de las persecuciones desatadas por las autoridades civiles para acabar con aquellos harapientos, esclavos, emigrantes, gente del vulgo, que practicaban una extraña religión nacida en una de las provincias marginales del Imperio, fue llamado para ser interrogado. Era conocido como el administrador de los bienes de esos marginados.
Fue conminado a que entregara las riquezas de la Iglesia, su pena de ser confiscadas. Al día siguiente Lorenzo se presentó con todos los enfermos, cojos, mancos, leprosos, viejos, viudas, huérfanos, desahuciados de la ciudad de Roma que pudo encontrar. Preguntado qué significaba aquello respondió sereno y tranquilo que eso era lo que conformaba la riqueza de la Iglesia. Fue ajusticiado quemándolo vivo en una parrilla.
En el verano de 1945, tras culminar la derrota de la Alemania nazi, se reunieron en Postdam, los representantes de las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial, Atlee, primer ministro inglés, Truman, presidente de Estados Unidos, Stalin, primera autoridad soviética. Iban a concretar la suerte de la derrotada Alemania. A lo largo de las conversaciones Stalin quiso saber con cuantas divisiones militares contaba el Estado del Vaticano. Hubo algunos estrategas que tomaron esta pregunta como signo de ignorancia por parte del ruso. Sin embargo, otros se dedicaron a elaborar la lista de las divisiones del Vaticano. No se pudieron poner de acuerdo al cuantificarlas. Eran demasiado pocos. Religiosas atendiendo asilos de ancianos abandonados, enfermos en hospitales, niños en escuelas, leprosos desahuciados. Sacerdotes aliviando almas y acompañando en las alegrías y las penas, las tristezas y las esperanzas de sus comunidades. Obispos ejerciendo su misión de maestros en zonas abandonadas de la Tierra… El total escasamente llegaría a dos millones de personas en todo el mundo.
A comienzos del siglo XXI ya no se cuestiona cuáles son las riquezas ni la cantidad de las divisiones de la Iglesia. Se cuestiona su liderazgo. En días recientes una de las revistas de difusión global, Forbes, ha seleccionado quiénes son, ente los 6,800 millones de habitantes del planeta, las 68 personalidades más influyentes.
En el primer lugar está el presidente chino, Hu Jintao. Barack Obama, ocupa el segundo puesto. La tercera posición lo es para el monarca multimillonario Abdallah de Arabia Saudita. El primer ministro ruso, Vladimir Putin, se sitúa en el cuarto lugar y Benedicto XVI en el quinto lugar. En la sociedad global en que vivimos detrás del poder económico y político se destaca el poder moral. Benedicto XVI sigue manejando los mismos “capitales” de Lorenzo, comandando las mismas divisiones de las cuales preguntaba Stalin. Su poder político y económico es testimonial. Su poder moral e influencia espiritual no tiene medida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario