

Darwin, influenciado por Malthus y seguidor de corrientes científicas desligadas de los mitos y creencias religiosas, ve en las especies un hilo conductor y una evolución la cual hay que estudiar y seguir.

Las investigaciones sobre la vida y sus orígenes desde Darwin han tenido grandes representantes, como el monje Mendel, el norteamericano Watson y su equipo que descifró la secuencia del ADN, que nos ha llevado a poder descifrar el genoma humano con todas sus consecuencias. Cada célula, con su carga genética es todo un mundo por desarrollar. Cada una tiene una capacidad para desarrollar realidades inimaginables. Se pretende por tanto llegar hasta las últimas consecuencias.

En este campo vuelven de nuevo a cruzarse las religiones y la ciencia. Ciertos sectores creyentes no desean que se investigue, que se busquen soluciones a muchos males. Para ellos la Biblia seria un libro escrito en piedra, intocable. Otros, sin embargo, están abiertos a todo tipo de investigación siempre y cuando se respeten ciertos parámetros y límites.

El poder investigar sobre células madre, origen de la vida, puede servir igualmente para dos cosas. Una para encontrar soluciones a enfermedades hasta el momento incurables, lo cual es alentador y la Iglesia nunca se ha opuesto. La otra cosa es para poder hacer seres humanos a medida y gusto de ciertos intereses tanto políticos como económicos. Ya en el siglo XX se tuvo la triste experiencia de los experimentos nazis para lograr una raza superior. Las investigaciones de las células madres y su funcionamiento pueden ir por un doble camino, el de la salvación de vidas o el de la manipulación. Lo que nunca será aceptable es matar embriones para conseguir resultados. El fin no justifica los medios. El “serán como dioses” del libro del Génesis no se ha olvidado.
Tertuliasiglo21@aol.com
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