Columna del Padre Tomás



En la antigüedad se solían marcar los caminos con postes o pequeñas columnas. Eran los puntos de referencia para ir haciendo camino. A veces también se usaban las columnas para recordar hechos, personas, acontecimientos a no olvidar.

Las columnas del Padre Tomás del Valle son un poco ambas cosas. Piedras que marcan el camino que se va haciendo cada día, sin rutas, sin marcas. Y también Columnas que recuerdan hechos, personas, acontecimientos. En ambos casos no es otra cosa que un intento de trazar caminos en la aldea global.

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jueves, 26 de julio de 2007

Malaquías: El de las Profecías

Julio 22, 2007

Reflexionando sobre lo ocurrido en estos días en la Arquidiócesis de Los Ángeles me acordé de las profecías de Malaquías. Aquel fraile irlandés que en el siglo XII, después de una visita a Roma, escribió una serie de profecías o de "lemas" para cada uno de los papas hasta el fin del mundo. Cuando falleció Juan Pablo II se comentaban con cierto escepticismo y curiosidad entre los periodistas que invadimos Roma esos días dichas profecías. Según Malaquías tan solo quedaban dos papas en su lista para que la Iglesia se acabara. El último pontífice en ocupar la Sede de Roma lo será Pedro Romano: En la persecución final de la Santa Iglesia Romana reinará Petrus Romanus (Pedro el Romano), quien alimentará a su grey en medio de muchas tribulaciones. Después de esto la ciudad de las siete colinas será destruida y el temido juez juzgará a su pueblo. El Fin."

Es obvio que la Iglesia oficial nunca le ha dado mayor importancia a esta profecía. Pero, ¿no tendrá algo de verdad? ¿No estará refiriéndose Malaquías al fin de un modelo de Iglesia que no sirve, un modelo de Iglesia apartada del Evangelio, un modelo de Iglesia-Poder, un modelo de Iglesia-Bussiness, un modelo de Iglesia-Custodia de las Leyes, un modelo de Iglesia apartada de la realidad del emigrante, del pobre, e incluso del intelectual, de una Iglesia-Avestruz, que prefiere encerrarse antes de enfrentarse con la realidad?.

Tanto los escritos del nuevo testamento como la enseñanza de los concilios y de los grandes pensadores de la Iglesia, nos presentan un modelo de Iglesia como comunidad abierta, sencilla, cercana al pueblo, en diálogo con el mundo. El Concilio Vaticano II nos define la Iglesia como signo e instrumento de la unión íntima con Dios y con todo el género humano, una comunidad, luz de las gentes, donde nada humano le debe ser ajeno. Según esto, cuando asistimos al espectáculo mediático montado en la Arquidiócesis de Los Ángeles, nos preguntamos qué modelo de Iglesia hemos fabricado. Ante el dolor, la destrucción humana, la violación de tantos seres humanos por parte de eclesiásticos a lo largo de los últimos setenta años no podemos menos que preguntarnos qué modelo de Iglesia vivimos y hemos construido.

Si bien es cierto que la Iglesia es una comunidad de creyentes que viven en el mundo y se adaptan a él, y en los Estados Unidos para sobrevivir tuvieron que adaptarse al sistema de Corporaciones, ello no justifica que las Arquidiócesis, Diócesis, Parroquias, Escuelas y demás centros dirigidos por la Iglesia, deban regirse por las normas de las compañías de seguros y por los consejos de abogados no siempre escrupulosos. ¿Dónde queda el evangelio? ¿Dónde queda la preocupación por el que peca y por la víctima del pecado? ¿Dónde queda el bien de las almas? ¿Somos comunidad de creyentes, débiles y con nuestras miserias o somos accionistas de una corporación multinacional? ¿Dónde están los pastores que se preocupan con especial caridad por sus sacerdotes, que se muestran solícitos con todas las personas de cualquier edad, condición o nación que viven en sus diócesis, como nos recuerda el Vaticano II?.

Esperemos que cuando Pedro Romano dirija la Iglesia podamos decir que construimos una comunidad que comparte alegrías y esperanzas, penas y tristezas, una comunidad donde nada humano le es ajeno, una comunidad luz de las gentes.





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viernes, 6 de julio de 2007

SE HACE CAMINO AL ANDAR


Jerusalén, jueves 5 de julio
En estos momentos estoy en Jerusalén y viendo lo que ocurre en la ciudad y sus alrededores y lo que observo me desconcierta. Estoy acostumbrado a ver los informes y las noticias que aparecen en los diversos medios de comunicación occidentales sobre la realidad palestino-israelí: por un lado presentan al ciudadano judío oprimido por hordas de musulmanes fanáticos que desean echarlo al mar. Un explotador implacable y dictador de las minorías árabes. Usurpador de terrenos que no le corresponden, fanático religioso. Por lado presentan al ciudadano palestino, como un eterno refugiado, rechazado por los judíos, humillado, eterno sufriente y ponedor de bombas, aprendiz de terrorista, fanático dispuesto a volar por los aires llevándose por delante la vida de quien sea.

Esos estereotipos nos los repiten hasta la saciedad todos los medios de comunicación. Se podría pensar que el dicho atribuido a Goebbels sea cierto: “Miente. Miente mucho, pero miente de tal manera que al final parezca verdad”
Estoy viendo que estos modelos que se nos han vendido no existen. Y digo esto cuando veo y constato después de conversar con personas de ambos grupos las cosas como se están desarrollando en la vida cotidiana. Veo y observo entendimientos si no perfectos, sí con el deseo y la mejor buena voluntad de que, al menos, puedan vivir en paz y normalidad.


El ciudadano israelí está cansado de miedos, de inseguridades, de fanatismos de cualquier tipo y lo único que anhela es poder vivir en paz en esta tierra de sus antepasados, la cual ha logrado convertir en un lugar habitable y donde desea que sus hijos crezcan en paz y armonía y donde no se le discrimine por sus creencias como se ha hecho en los últimos dos mil años. Por eso ha luchado y ha levantado su patria. Jerusalén, dos mil años después ha dejado de ser un sueño para convertirse en una realidad.
El ciudadano palestino está también cansado de tanta violencia, de tanto desprecio, de tanto de cómo han jugado con él. Esta es su tierra también, en la cual ha vivido por cientos de años. De repente llegaron extraños a compartir con ellos. Y sus hermanos árabes de la zona, no han ayudado a los palestinos a vivir la nueva realidad surgida en su tierra, y lo más triste, han jugado con ellos.


Se sienten abandonados, deprimidos, solos y, sobre todo, manipulados por líderes inescrupulosos, víctimas de burocracias y bandas ineficientes y corruptas. Ellos también desean la paz, desean vivir en armonía con sus vecinos, desean ver crecer a sus hijos con ilusión y esperanza. Desean que la tierra de sus antepasados la puedan compartir entre todos.
Ambos pueblos sienten en su historia reciente que demasiada sangre se ha derramado y es hora de pasar al diálogo, al reconocimiento mutuo, al respeto mutuo. Sigue teniendo actualidad las palabras de Golda Meir: “Judíos y Árabes estamos condenados a entendernos”.

Todo parece oscuro, difícil, sin solución. Sin embargo, para el ciudadano común y corriente, a pesar de todo, algo se mueve hacia la paz y la comprensión mutua.
Ambos pueblos necesitan sobre todo el sentir que no están solos. Necesitan el sentir que alguien común y corriente, como usted y como yo, hace el camino hacia la paz junto a ellos.
columnadelpadretomas.blogspot.com

miércoles, 4 de julio de 2007

Pisando tus umbrales, Jerusalén


La última vez que nos comunicamos fue para contarles de nuestro caminar Chipre, la tierra que sintió las palabras vibrantes de Pablo, la que vio nacer a Bernabé, la que guardó los restos mortales de Lázaro. De allí, en breve vuelo, llegamos a Israel, la mítica y bíblica tierra que mana leche y miel. Para algunos, sangre e hiel.


Siguiendo la costa mediterránea llegamos a Cesárea del Mar, ciudad que guarda el recuerdo de San Pablo y la memoria de Eusebio, el Obispo que escribe la primera Historia Eclesiástica y que convoca un concilio donde se establece la fecha de la celebración de la Pascua. Guarda esta ciudad igualmente el recuerdo de Pilatos, el gobernador romano que decidiera la suerte de Jesús.




De Cesárea a Haifa, con su Monte Carmelo, su Cueva de Elías y sus Jardines Ba´Hai fueron etapas de un caminar que nos llevó a Nazaret. En el lugar donde la tradición nos recuerda la Anunciación de la maternidad de María tuvimos nuestro primer momento importante de oración, nuestra primera eucaristía. La Familia de Descubriendo el Siglo XXI, que son todos ustedes, estuvo muy presente encima de la mesa del altar. Mesa donde se pusieron las alegrías y las esperanzas, las penas y las tristezas de todos: enfermos de sida, violados, maltratados, enfermos, deprimidos, en fin, de todos aquellos que noche a noche nos siguieron en la radio y día a día nos leen en internet y nos siguen con cariño. Sería largo el citar a tantas personas que nos han escrito, pero aunque nos olvidemos nosotros, el Buen Dios, aquel de quien dijo el Ángel que para El no hay nada imposible, El ciertamente no se olvida.


Nazaret con la Casa de la Carpintería de José; Caná con sus bodas y el milagro del agua y el vino, terminaron de llenar nuestro primer día completo en Israel. De ahí a descansar a las orillas del Lago de Tiberíades, el mismo en torno al cual muchas noches Jesús durmió, caminó, compartió y, sin duda alguna, rió y lloró, gritó y susurró. Fue “su lago” Y junto a ese lago pasamos dos maravillosos días. Recorrimos Cafarnaúm, la ciudad que guarda el recuerdo de Pedro; Tabja, donde Jesús, ante el hambre de cientos de personas, viendo la audacia y la disponibilidad de un joven, multiplicó los panes y los peces hasta que se saciaron. Pero sobre todo, visitamos, rezamos y meditamos en medio del templo más grande del mundo, en uno que no tiene paredes, ni techo ni puertas. En uno donde se proclamó el Mensaje de que seríamos plenamente felices el día que construyéramos la paz, el día que fuéramos justos, el día que tuviéramos un corazón limpio y sincero. El Monte de las Bienaventuranzas es, sin lugar a dudas, ese Templo sin paredes, esa Iglesia sin techo, esa ventana a la Universalidad del Amor de Dios. Desde allí rezamos por todos ustedes.



Y el lunes, con el corazón lleno de emociones y los ojos bien abiertos para ir contemplando los caminos por donde anduvieron nuestros padres en la fe, nos dirigimos a Jerusalén. El desierto de Judea nos fue mostrando por el camino la ruta seguida varias veces tanto por Jesús como por María, José, los Apóstoles. Íbamos a Jerusalén. Íbamos a Sión. Desde el Monte de los Olivos contemplamos la Ciudad Santa con sus cúpulas doradas y sus paredes de piedra. Cuando aún teníamos en nuestra retina las imágenes de la ciudad, nos dirigimos a la Casa del Pan, a Belén, la pequeña ciudad tres veces recordada en la Sagrada Escritura. La ciudad que vio nacer a David. La ciudad que vio nacer a Jesús.




Cruzamos el muro que separa a dos pueblos hermanos. Muro que la incomprensión y la violencia ha levantado. Y allí dentro, en la Casa del Pan, nos acogieron con gran alegría y compartimos el pan con los amigos de Belén, con los cristianos de Belén, con los creyentes que olvidamos pero que son la presencia viva de la fe cristiana en esta tierra que muchos quieren convertir en una que mana sangre e hiel.


En un rincón de la gruta de Belén, aquel que guarda el recuerdo de San Jerónimo, donde nos cuenta la tradición que hizo la traducción de la Palabra de Dios para la gente sencilla, allí tuvimos nuestra celebración de la Santa Misa. Y allí también estuvieron ustedes presentes.
Y lleno el corazón de alegría nos regresamos a Jerusalén pensando que estábamos viviendo un sueño. Nos habían advertido de peligros, de tiros, de violencia, de gente con gesto hosco y anti americanos. Y nos encontramos con gente acogedora, con las calles llenas de peregrinos, con la sonrisa y el cariño de quien recibe a un familiar que viene de lejos a nuestro hogar. Las dificultades de la vida, las resuelven ellos, pero ahora están con nosotros nuestros hermanos de lejos. Se nota el cariño, el respeto, la amistad, el valor de las cosas sencillas. Pienso que mientras haya personas como las que nos encontramos que, a pesar de las dificultades, aún sonríen y acogen, la paz tiene una gran oportunidad en esta parte del mundo.
En nuestra próxima entrega les contaré nuestro caminar por las calles de Jerusalén. Pisando sus umbrales.
Con cariño y respeto

Padre Tomás

domingo, 1 de julio de 2007

Desde Chipre

(Foto de Pafos por Padre Tomás)


Dice nuestro refrán que lo prometido es deuda, y que las deudas se pagan. Les había prometido tenerles al tanto de nuestra Peregrinación por los Caminos de nuestra Fe Cristiana y eso es lo que estoy haciendo ahora, contarles las incidencias de nuestro caminar.

Ya están al tanto de nuestros andares-y sudores!!- en Grecia. Corinto, Micenas, la Roca del Partenón, las calles y gentes de Atenas. A pesar del calor, sin embargo nos íbamos con cierta nostalgia. La de recordar que nuestro pasado hunde un poco sus raíces en esta tierra.



(Ruinas San Pablo)

Y concluida nuestra caminata en Grecia nos dirigimos a Chipre. Vuelo podríamos llamar caliente. El calor seguía implacable en tierra ateniense. Después de poco más de hora y cuarenta minutos llegamos a la isla de Chipre.

Esta pequeña isla, en medio del mar mediterráneo, queda cercana a las costas de Siria y de Turquía. Aún cuando es pequeña, sin embargo cuenta con una larga historia. Hititas, Persas, Griegos, Romanos y un largo etcétera han recorrido esta ínsula y han dejado su huella en ella.
Entre los nativos de esta isla figura Bernabé, el compañero de San Pablo, a quien acompañó en su primer viaje evangelizador a la Isla. Sus huellas siguen presentes por todas partes, dos mil años después

Limasso fue la ciudad donde fuimos a parar. Un lugar de descanso a medio camino entre el aeropuerto y la ciudad de Pafos, meta de uno de los lugares que justifican nuestra presencia en esta Isla. Recorriendo la costa al día siguiente paramos primero en la Villa de Episcopos, un noble romano quien construyera una rica mansión frente al mar. Sus ruinas nos muestran la importancia de esta isla en el control de la zona. Destacan sus mosaicos, libro abierto que nos muestra la riqueza iconográfica que siempre ha tenido la Isla.

En nuestro caminar por la carretera que bordea la costa nos topamos igualmente con el lugar donde, de acuerdo a la mitología griega, fue el nacimiento de la diosa Afrodita, la diosa del amor.


(Aquí azotaron a Pablo)

No tardamos mucho en llegar a Pafos, la ciudad donde Pablo reside, sufre pero también lleva a cabo un milagro, el de la conversión del procónsul Sergio Pablo. Allí al apóstol le tocó sufrir una serie de azotes. Aún se conserva el pilar sobre el cual fue amarrado para ser castigado. Las ruinas de la Iglesia dan idea de la importancia de la comunidad que creció en la zona y que, lamentablemente, sufrió los avatares de la invasión musulmana.

En l misma demarcación de Pafos se encuentran el monasterio de San Neófito, uno de los grandes maestros de la vida espiritual en la pequeña Isla, quien viviera hace cerca de mil años, pero que su influencia siguen estando vivas. Y no lejos de allí la Iglesia de Yeroskipos, uno de los varios lugares declarados Monumentos de la Humanidad por las Naciones Unidas La sencillez de sus pinturas, con cerca de mil años, siguen invitando a la oración y la reflexión.




(Pilar de San Pablo)

El segundo día de nuestra corta visita a Chipre lo dedicamos a recorrer la capital dividida de Nicosia. Uno de los dramas de esta nación es precisamente la división en dos partes de la Isla. Chipre, después de haber pasado por manos de diversos imperios y monarquías, logró finalmente su independencia en 1960. Por siglos habían convivido pacíficamente dos comunidades: la greco chipriota y la turco chipriota. Fueron años de respeto y crecimiento. Durante la década de los setenta Turquía envió sus tropas a esta isla para ocuparla y defender a sus connacionales de los peligros de la dictadura de los coroneles griegos. Desde entonces la vida chipriota cambió para siempre. Ese drama ha afectado toda la vida del país. Los creyentes han visto destruidas sus iglesias, profanados sus cementerios, quemados y expoliados sus tesoros artísticos. Pudimos ver de cerca este drama cuando visitamos en el palacio arzobispal el taller de restauración y el pequeño museo donde se han podido recoger algunas de las obras expoliadas.
Después de un almuerzo ofrecido por las autoridades de turismo a nuestro grupo, y habiendo visitado la Iglesia donde se guardan los restos de san Lázaro, nos dirigimos al aeropuerto donde tomamos el avión para llegar a Israel, tercera etapa de nuestro caminar.






Si debiera resumirles nuestra experiencia de Chipre, tendría que decirles que hemos recorrido una pequeña isla que posee un rico pasado desde el punto de la fe cristiana. Cómo se enfrenta a la lucha de unir a su pueblo invadido por una potencia no tan solo económica, sino por todo un sistema de fe y de creencias ajenos a su historia y su cultura. Chipre es el único país cristiano e independiente en la zona. Líbano también lo es. Y la guerra que destroza este otro gran pueblo, no es otra cosa que tratar de erradicar de la zona la presencia cristiana. Chipre sufre, pero sigue adelante con valentía y entereza.

Todos nos llevamos un recuerdo muy grande y hermoso de Chipre en nuestro corazón Pablo, Bernabé y tantos otros cristianos de la primera hora vivieron aquí. Esta isla por tanto es para nosotros también Tierra Santa.

Desde Jerusalén les contaré más .......................


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