Volvemos a tener a China de moda. La penúltima noticia – la última sale en cualquier momento- es la retirada del mercado de unos cuantos millones de juguetes. Esta noticia se une a la de los neumáticos defectuosos, las pastas de dientes envenenadas y las medicinas sin mucha garantía. Los chinos se han vengado negando la entrada en su mercado de las sopas y galletas de una multinacional norteamericana. En Occidente argumentamos la mala calidad de los productos. En China, la ruptura de la cadena alimenticia tradicional que está llevando a la población a unos hábitos y niveles de salud intolerables. La próxima no sabemos cuál será, pero va a ser grande. Hasta el próximo verano en que seremos espectadores de los Juegos Olímpicos de Pekín, China va a estar de moda.
Estamos asistiendo un poco al enfrentamiento entre la visión del mundo de China y la visión del mundo del resto de la Humanidad. Esta batalla no es nueva. China ha sido en oriente lo que la antigua Grecia lo fue para Occidente. El concepto de ser chino no está basado en la raza, sino en el concepto cultural. Hablar y comportarse como chino, aceptar su sistema de valores culturales, es ser chino. En la antigua China tan sólo los hombres cultos podían ocupar puestos de mando. Autoridad y cultura iban juntas.
En China la naturaleza se respeta al máximo. Los jardines se hacen a imitación de la naturaleza: con cuevas, fuentes, lagos, árboles, peces. No tiene sentido un jardín con formas geométricas, que violentan la naturaleza
En su historia milenaria los contactos con Occidente han sido esporádicos y basados casi exclusivamente en lo comercial. El miedo a lo extranjero, la xenofobia, cerró siempre las puertas del Imperio. China ha sido consciente de ser una avanzadilla cultural, y se ha sentido autosuficiente
Para el chino la religión consiste en la búsqueda personal de la armonía consigo mismo y con la naturaleza. No se necesitan dogmas. Es un contrasentido. En religión hay maestros, no autoridades y la persona es una gota, junto a otras, en el océano de la vida, del mundo.
El conocimiento a nivel popular de China llegó a Europa a través del veneciano Marco Polo. Los tallarines, espaguetis y los fuegos artificiales encandilaron a los habitantes de la península itálica y de ahí al mundo entero.
El P. Mateo Ricci, jesuita italiano, se hizo chino entre los chinos. Intentó una adaptación de la liturgia a la cultura china, ya en el siglo XVI. Como hombre culto, fue admirado y aceptado por el Emperador, a quien hizo ver ya entonces que China no es el centro del mundo. Sólo así pudo hablar del Evangelio. Su figura es siempre respetada.
Ricci mostró la mejor, y quizás la única, manera de llegar a un pueblo y respetarlo: conocer su cultura, sus creencias, su forma de ser, su historia, sus luces y sombras para, entonces, convivir con él y poder caminar juntos. Imponer culturas y formas de vida nunca ha funcionado. Creo que es el Talmud de Babilonia el que expresa que, para conocer a una persona, hay que caminar una milla dentro de sus zapatillas.
En nuestro mundo globalizado, China va a estar de moda al menos hasta final del próximo verano. Aprendamos de Marco Polo y de Mateo Ricci
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