En casi todas las aldeas todos los chismes se saben, todos los cuentos se dicen, todos los cuernos se conocen. Ya lo dice nuestro refrán, pueblo pequeño, campana grande. Viene esto a cuento a raíz del proceso llevado a cabo en la República Bolivariana de Venezuela el pasado 2 de diciembre. En dicha ocasión se preguntó al pueblo venezolano si deseaba unos cambios en el texto de la constitución del país. De las cerca de setenta enmiendas, algunas son realmente audaces y dignas de ponerse en práctica. Se pretendía legislar constitucionalmente para que los trabajadores venezolanos pudieran disponer de unos derechos que, poco a poco, iban a llevar a los habitantes del país a disfrutar finalmente de una bonanza económica como ellos se merecen. Pero entre tanto artículo y disposición había alguno que realmente preocupaba no solo al pueblo venezolano, sino a la entera comunidad internacional. No se puede coartar la libertad de expresión ni se puede permitir que un presidente se perpetúe en su mandato. El pueblo venezolano ha demostrado con la votación del dos de diciembre varias cosas muy importantes. Primera de todas que tiene memoria histórica. No se han olvidado de los años tristes de las dictaduras militares que asolaron su país en el siglo XX. Juan Vicente Gómez y los generales Eleazar López Contreras y el terrible Marcos Pérez Jiménez dejaron su huella indeleble en el subconsciente nacional. No más presidencias vitalicias que tan triste recuerdo dejaron. Y esa era precisamente una de las enmiendas constitucionales que se pretendía aprobar.
El pueblo venezolano eligió libre y democráticamente a su Presidente. Y merece que se le respete como representante de todos. El fue elegido para gobernar y dirigir lo más sabiamente posible a Venezuela. No fue elegido para ser árbitro y juez de los demás países latinoamericanos. El proyecto de un socialismo del siglo XXI que se desea imponer en Venezuela es un proyecto venezolano, y nada más. De la misma manera que a los venezolanos no les agrada que nadie se meta en la política de su patria, eso mismo desean los demás pueblos. El que se denomine desde el estrado de las Naciones Unidas al presidente de Estados Unidos como un demonio a exorcizar, es un insulto a todo el pueblo norteamericano que lo eligió. El que los mexicanos hayan depositado su confianza en un presidente, por escaso que haya sido el margen, merece respeto. No es válido insultar a un presidente y tacharle de ladrón cuando ha intentando volver a ocupar la alta magistratura del país, como ocurrió en Perú. El que un país hermano y vecino se vea aquejado por el cáncer del terrorismo y le sea difícil a sus autoridades el resolver los problemas que conllevan, no permite llamar embustero a su presidente, elegido por la mayoría de los colombianos.
Otra gran lección que nos ha dado el pueblo venezolano es que dispone de una juventud dispuesta a luchar por sus libertades. Han sido los estudiantes universitarios los motores del proceso que ha alterado la marcha hacia la reforma constitucional.
En la aldea global de nuestra América un pueblo hermano ha gritado que quiere expresarse con libertad, elegir sus gobernantes con libertad, vivir en libertad. Bolívar luchó por la libertad de nuestra América. Sus cachorros lo siguen haciendo.
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