En una lejana provincia del poderoso Imperio Romano, existe un lago cargado de recuerdos e historias que llegan hasta nosotros. Hace cerca de dos mil años florecía en sus orillas una populosa ciudad, Cafarnaúm. Allí vivían y laboraban unos pequeños empresarios. Se dedicaban fundamentalmente a la pesca y el mercadeo de la misma.
Era época de grandes convulsiones tanto políticas como religiosas. Surgió entre ellos un predicador proveniente de una pequeña aldea cercana, Nazaret, quien a lo largo de casi tres años, estuvo presentando unas nuevas formas de ser y de vivir en el mundo, una nueva imagen de Dios.
A su muerte surgió un movimiento formado por pescadores, comerciantes, empleados de la administración pública, campesinos, gente variopinta. Se les conoce como el Movimiento de los Seguidores del Jesús. Se fueron extendiendo primero por la geografía de la Judea, llegando a Jerusalén y después por las principales ciudades del Imperio Romano. Iban siguiendo las rutas de las caravanas comerciales y, de esta forma, llegaron a la cabeza del Imperio, a Roma. Allí establecieron sus oficinas centrales. Veinte siglos después, allí continúan.
Fueron adaptándose a las diversas vicisitudes tanto políticas como religiosas, cambiando incluso de nombre. Al derrumbarse el Imperio, reciclaron sus estructuras y, de esa forma, pudieron consolidarse y hacerse fuertes. Diócesis, Curias, Parroquias, fueron las estructuras imperiales recicladas para sobrevivir y crecer.
A lo largo de las diversas épocas de la historia de occidente este grupo original se fue adaptando y adoptando nuevas formas y modelos de poder, gobierno y sumisión.
En lo que conocemos como el territorio de las Trece Colonias también se dio el arraigo y crecimiento de este movimiento que, para la época ya se le conocía como la Iglesia Católica. Era un grupo que debía consolidarse y crecer en nuevas circunstancias y ante nuevos retos. No servían los modelos europeos que tanto fruto habían dado.
Las Trece Colonias habían obtenido la Independencia y formaban una nueva República, los Estados Unidos de América. En esta joven nación destacaban varias cosas dignas de tenerse en consideración para los que formaban la Iglesia Católica. Una de ellas era la independencia económica, social y legal de viejas estructuras. Para sobrevivir deciden por tomar el modelo Corporativo. De esa manera se crea la Iglesia Católica Apostólica Romana como Corporación Religiosa sin fines de lucro. La persona al frente de las llamadas diócesis, antiguo modelo de gobierno tomado del mundo romano, sería el Presidente y C.E.O de cada diócesis. Organizará todo su funcionamiento teniendo en cuenta que cada parroquia es una sucursal de la Corporación. Cada sacerdote al frente de la misma, un ejecutivo de la empresa.
Las políticas de funcionamiento se regirán por dos códigos.
En lo interno y doctrinal por las normas emanadas del Código de Derecho Canónico.,
En lo externo y oficial, por la legislación corporativa de cada estado donde estén registrados.
En estos momentos el Presidente y C.E.O de la Iglesia Católica Apostólica Romana, Arquidiócesis de Nueva York, ha llegado a la edad reglamentaria para su retiro como responsable de la misma. Es lo legislado en el Código de Derecho Canónico. Es cuestión de tiempo que se produzca el relevo. Mientras tanto, los miembros de la corporación se preparan para un nuevo liderazgo. Dos mil años funcionando y adaptándose enseñan mucho aún cuando cualquier parecido con el evangelio sea pura coincidencia.
Columna del Padre Tomás
En la antigüedad se solían marcar los caminos con postes o pequeñas columnas. Eran los puntos de referencia para ir haciendo camino. A veces también se usaban las columnas para recordar hechos, personas, acontecimientos a no olvidar.
Las columnas del Padre Tomás del Valle son un poco ambas cosas. Piedras que marcan el camino que se va haciendo cada día, sin rutas, sin marcas. Y también Columnas que recuerdan hechos, personas, acontecimientos. En ambos casos no es otra cosa que un intento de trazar caminos en la aldea global.
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jueves, 22 de mayo de 2008
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