El recién acabado siglo XX estuvo lleno de revoluciones, guerras y desastres. Se vivieron los momentos probablemente más sangrientos de la historia de la Humanidad. Desde la violenta revolución rusa a la revolución de los claveles en Portugal, desde revoluciones culturales a revoluciones sexuales.
Consecuencia de algunas de estas revoluciones fue el intentar sacar lo sagrado de la sociedad. Una sociedad moderna, globalizada, tecnificada, colocó al hombre, a un determinado modelo de hombre, en la cumbre de la perfección. Lo religioso se dejaba para el ámbito de lo estrictamente personal, sin influencia alguna. Para eso se hicieron revoluciones, para crear mundos nuevos.
Los últimos treinta y cinco años nos han demostrado que no todo ha sido así. Y hemos vivido tres intentos, tres revoluciones, desde lo sagrado que han hecho también cambiar el mundo.
La primera de ellas fue la protagonizada por un cardenal polaco, viejo luchador por la libertad de su pueblo y por la dignidad del ser humano. Había sobrevivido el horror de la II Guerra Mundial y se había enfrentado de forma muy inteligente a los intentos del partido comunista polaco, de corte marxista tradicional y fiel a Moscú, de construir una sociedad alejada de Dios, de la dignidad humana. Cuando fue elegido para dirigir la Iglesia Católica, extendió a niveles universales esta lucha. Fue el líder de una nueva sociedad basada en la supremacía de Dios, en la dignidad humana y en la libertad. Sus dotes de actor y hombre mediático le favorecieron profundamente.
La segunda, casi contemporánea, fue la protagonizada por un oscuro líder religioso musulmán de origen iraní. Exiliado en París, el ayatolá Ruhola Jomeini supo capitalizar todas las protestas y las angustias del pueblo persa contra el gobierno pro occidental del Sha de Persia . Su asalto al poder trajo una ola de integrismo religioso y un deseo de vuelta a las raíces de un Islam integrista muy lejano de la moderación predicada por el profeta. Se extendió profundamente en el complejo mundo musulmán. Ese integrismo ha llevado al nacimiento de los talibanes y de unas declaraciones de guerra y predicaciones apocalípticas. De Irán a Afganistán, de Afganistán a Europa, de Europa a Estados Unidos. Al Qaeda y Herbolá hunden sus raíces ideológicas y religiosas en la predicación de Jomeini
La tercera gran revolución la estamos viviendo en estos días. Myanmar, la antigua Birmania, hace cerca de veinte años está sufriendo una de las dictaduras militares más sanguinarias y crueles en el Lejano Oriente. En esta sociedad plural y rica en historia y cultura, se tiene en gran estima a los bonzos, los monjes budistas. Y han sido ellos precisamente los que están encabezando unas protestas que pueden empapar de sangre el país o ser el catalizador de un nuevo cambio social en un gran país. Los ciudadanos, encabezados por unos 30.000 monjes budistas, han tomado las calles de Yangon a pesar de la amenaza de la Junta Militar de poner fin por la fuerza a las protestas callejeras que han alentado llamamientos a favor de la democratización del país.
Juan Pablo II desde el Cristianismo, Jomeini desde el Islam y los Bonzos desde el Budismo invitan a un cambio radical de la sociedad, a la revolución del siglo XXI. No se puede construir una sociedad sin el respeto a lo divino, a lo humano, a la naturaleza.
Columna del Padre Tomás
En la antigüedad se solían marcar los caminos con postes o pequeñas columnas. Eran los puntos de referencia para ir haciendo camino. A veces también se usaban las columnas para recordar hechos, personas, acontecimientos a no olvidar.
Las columnas del Padre Tomás del Valle son un poco ambas cosas. Piedras que marcan el camino que se va haciendo cada día, sin rutas, sin marcas. Y también Columnas que recuerdan hechos, personas, acontecimientos. En ambos casos no es otra cosa que un intento de trazar caminos en la aldea global.
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domingo, 30 de septiembre de 2007
LA REVOLUCION DE LOS BONZOS
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