La Jornada Mundial de la Juventud 2016 comenzó con un asesinato. El del sacerdote Jacques Hamel.
Un fanático de origen árabe y religión musulmana entró en el templo donde el Padre Jacques celebraba la eucaristía y, después de una horrible humillación, le cortó la cabeza.
Gracias a la rápida acción de una monja allí presente que avisó a la policía, no hubo que lamentar más víctimas que los asaltantes.
Esta muerte trajo grandes declaraciones.
Sinceras gran parte de ellas.
Pero cínicas y manipuladoras otras.
Toda Francia y gran parte de los países de la Unión Europea, se lamentaron.
Los franceses respondieron cantando la Marsellesa, los ingleses poniendo algunos carteles, flores y velas ante los consulados franceses, el obispo de Jacques dejó Cracovia para estar con sus feligreses, el cardenal de Paris celebró un solemne funeral por el sacerdote abatido.
El propio presidente de Francia, la laica Francia, donde los templos son propiedad del Estado y los sacerdotes empleados gubernamentales y se prohíbe el uso de velos por motivos religiosos, desfiló en la procesión de entrada en la celebración eucarística por el alma del Padre Jacques.
Todo el gobierno, cuerpo diplomático y grandes figuras de la sociedad francesa estaban presente en Notre Dame de Paris.
Todos para rendir homenaje a un viejo cura asesinado por unos fanáticos religiosos.
Ni duda tengo que el sacerdote se lo merecía.
Pero todo ese espectáculo me lleva a pensar que los muertos tienen precio, que existe una tarifa ya establecida.
Lo vimos hace meses cuando otros dos descerebrados entraron en la redacción de una revista satírica y entraron a tiros de forma indiscriminada contra los trabajadores.
Se paralizó Francia.
Lo hemos vuelto a ver en Niza.
Hay muertos que son importantes. Paralizamos por unos momentos nuestras vidas para pensar y, algunos, Son muertos de primera categoría.
Sin embargo hay otra categoría de muertos.
Están por ejemplo los que cada día nos escupe el mar cuando tratan de buscar una tierra donde vivir y crecer en paz, donde poder dar una vida digna a su familia.
Huyen de la guerra, la discriminación, el fanatismo.
Miramos, si es que lo hacemos, con indiferencia las noticias que nos hablan de miles de familias asesinadas en países del Medio Oriente por el mero hecho de ser cristianas.
Ese cristiano es de otra categoría del Padre Jacques.
Esos cristianos son expulsados, maltratados, humillados simplemente por sus creencias.
Pero no viven en Paris.
No tienen la piel muy clara.
No consumen muchos de los productos que la industria del lujo y la fantasía pone en el mercado.
Sus comidas no son gourmet.
En una palabra, apestan las ciudades y estorban.
Esta situación de indiferencia y clasismo podría llevar al pesimismo.
Al no ver más futuro que vivir hoy dentro de una cápsula.
Pero afortunadamente recorriendo estos días las calles de Cracovia, arropada por cientos de miles de jóvenes llegados de los cuatro puntos cardinales, pienso que hay una esperanza de que en un futuro no muy lejano no haya tarifas para muertos.
Que a todos se les trate con el mismo respeto y dignidad.
Fue precisamente en Paris, donde hace casi medio siglo, los jóvenes gritaban “seamos consecuentes, pidamos lo imposible”
Hoy, no lejos, en Cracovia, los jóvenes gritan que desean construir su futuro mejor del recibido de sus mayores, sin precios para los cadáveres.
Descubriendo el Siglo 21
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Fr Tomás Del Valle-Reyes
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