Columna del Padre Tomás



En la antigüedad se solían marcar los caminos con postes o pequeñas columnas. Eran los puntos de referencia para ir haciendo camino. A veces también se usaban las columnas para recordar hechos, personas, acontecimientos a no olvidar.

Las columnas del Padre Tomás del Valle son un poco ambas cosas. Piedras que marcan el camino que se va haciendo cada día, sin rutas, sin marcas. Y también Columnas que recuerdan hechos, personas, acontecimientos. En ambos casos no es otra cosa que un intento de trazar caminos en la aldea global.

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jueves, 18 de agosto de 2011

CONSTRUYAN UN MUNDO MEJOR

En la década de los sesenta del
pasado siglo, hubo todo un movimiento de renovación y lucha. La sociedad, la Iglesia, las instituciones todas, estaban saliendo de una etapa en la cual la sangre el sudor y las lágrimas habían impedido crecer y habían sembrado de tristeza y desilusión la vida de generaciones enteras. Surgió un hombre sencillo, libre, que había sufrido en sus carnes el rigor de la Gran Guerra
las divisiones y sufrimientos de la dominación de ideologías negadoras de la vida y la dignidad humana. Era un hombre abierto a la trascendencia, a Dios, un joven de 80 años quien pensó que el mundo estaba viviendo una de sus etapas más difíciles y, a la vez, más esperanzadoras. Decidió convocar a las fuerzas vivas de la Iglesia para renovarla, para prepararla para los retos del tercer milenio ya próximo. Al final de aquella magna asamblea, nos dio la clave por la cual la comunidad creyente debía luchar: construir un mundo mejor:
Finalmente, es a ustedes, jóvenes de uno y otro sexo del mundo entero, a quienes el Concilio quiere dirigir su último mensaje. Porque son ustedes los que van a recibir la antorcha de manos de sus mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia. Son ustedes los que, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de sus padres y de sus maestros van a formar la sociedad de mañana; se salvarán o perecerán con ella.
La Iglesia, durante cuatro años, ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder mejor a los designios de su fundador, el gran viviente, Cristo, eternamente joven. Al final de esa impresionante «reforma de vida» se vuelve a ustedes. Es para ustedes los jóvenes, sobre todo para ustedes, porque la Iglesia acaba de alumbrar en su Concilio una luz, luz que alumbrará el porvenir.
La Iglesia está preocupada porque esa sociedad que van a constituir respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas, y esas personas son ustedes.
Está preocupada, sobre todo, porque esa sociedad deje expandirse su tesoro antiguo y siempre nuevo: la fe, y porque sus almas se puedan sumergir libremente en sus bienhechoras claridades. Confía en que encontrarán tal fuerza y tal gozo que no estarán tentados, como algunos de sus mayores, de ceder a
la seducción de las filosofías del egoísmo o del placer, o a las de la desesperanza y de la nada, y que frente al ateísmo, fenómeno de cansancio y de vejez, sabrán afirmar su fe en la vida y en lo que da sentido a la vida: la certeza de la existencia de un Dios justo y bueno.
En el nombre de este Dios y de su hijo, Jesús, les exhortamos a ensanchar sus corazones a las dimensiones del mundo, a escuchar la llamada de sus hermanos y a poner ardorosamente a su servicio sus energías. Luchen contra todo egoísmo. Niéguense a dar libre curso a los instintos de violencia y de odio, que engendran las guerras y su cortejo de males. Sean generosos, puros, respetuosos, sinceros. Y edifiquen con entusiasmo un mundo mejor que el de sus mayores.
La Iglesia les mira con confianza y amor. Rica en un largo pasado, siempre vivo en ella, y marchando hacia la perfección humana en el tiempo y hacia los objetivos últimos de la historia y de la vida,
es la verdadera juventud del mundo. Posee lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas. Mírenla y verán en ella el rostro de Cristo, el héroe verdadero, humilde y sabio, el Profeta de la verdad y del amor, el compañero y amigo de los jóvenes. Precisamente en nombre de Cristo les saludamos, les exhortamos y les bendecimos.
Estas palabras fueron dichas por los Obispos y por el Papa hace 46 años. El 8 de diciembre de 1965, en el momento en que, concluido el Concilio, se dirigieron una serie de mensajes. Y ellos, fieles a Cristo, el Eternamente Joven, nos lanzaron un reto que sigue siendo actual : construir un mundo mejor del que hemos recibido de nuestros mayores

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